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Huertos urbanos, la revolución silenciosa

La agricultura urbana y peri-urbana permite maximizar la producción de diversos productos agropecuarios (especialmente hortalizas y frutas frescas) en espacios no utilizados en las ciudades y sus alrededores. Esto puede disminuir la huella ecológica, aminorar la pobreza (generando recursos y empleo), contribuir a la seguridad alimentaria y nutricional, proporcionar productos no tradicionales (como medicinas o especias), reciclar desechos (para la nutrición de plantas y animales) y eliminar terrenos baldíos que podrían terminar como basureros. Asimismo, permite reducir la distancia entre productores y consumidores y consecuentemente bajar precios y solucionar problemas de desabastecimiento.

Una investigación realizada por la Fundación Británica de Nutrición determina que actualmente los niños saben poco del origen de los alimentos, y aunque es un estudio desarrollado en el Reino Unido, posiblemente es lo que ocurre en mayor o menor medida en cualquier país industrializado del mundo. Algunos ejemplos son bastante evidentes y un grupo de niños llega a creer que el pan, el vino y la pasta (macarrones, tallarines, etc.) se obtienen de los animales.

Si al desconocimiento de los más jóvenes añadimos que las tradiciones agrícolas en la ciudad se pierden cada vez más, que la alimentación es una de las cinco categorías: alimentación, vivienda, transporte, bienes de consumo y servicios, que contribuyen al incremento de la Huella Ecológica , debemos poner los huertos urbanos en el lugar que se merecen. Huyen de la corriente productivista, se pueden encuadrar dentro del movimiento Slow Food, defienden la agricultura de proximidad y ecológica y, según la FAO, “proporcionan alimentos frescos, generan empleo, reciclan residuos urbanos, crean cinturones verdes, y fortalecen la resiliencia de las ciudades frente al cambio climático”.


El número de huertos urbanos supera los 15.000, en más de 300 municipios.

La Agricultura Urbana según el Catedrático de la Universidad Politécnica de Madrid, Julián Briz, no es una moda, viene para quedarse, es la “revolución silenciosa”. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, define la agricultura urbana y periurbana (AUP) como “el cultivo de plantas y la cría de animales en el interior y en los alrededores de las ciudades. La agricultura urbana y periurbana proporciona productos alimentarios de distintos tipos de cultivos (granos, raíces, hortalizas, hongos, frutas), animales (aves, conejos, cabras, ovejas, ganado vacuno, cerdos, cobayas, pescado, etc.) así como productos no alimentarios (plantas aromáticas y medicinales, plantas ornamentales, productos de los árboles). La agricultura urbana y periurbana (AUP) incluye la silvicultura —para producir frutas y leña—, y la acuicultura a pequeña escala”.

Revisión histórica

Para entender el papel actual de la agricultura urbana, debemos hacer una revisión histórica de sus funciones y características en la ciudad occidental, estudiando los motivos de su implantación, su sentido, evolución y potencialidades. Según la arquitecta urbanista, Nerea Morán Alonso y el Doctor Arquitecto por la Universidad Politécnica de Madrid, Agustín Hernández Aja, en su artículo “Historia de los huertos urbanos. De los huertos para pobres a los programas de agricultura urbana ecológica, “los momentos de mayor auge de la agricultura urbana están ligados a crisis económicas y energéticas, que obligan a recurrir a ella para asegurar el autoabastecimiento”. Pablo Llobera de la Red de Huertos Urbanos de Madrid (RHUCM) en su artículo “La horticultura urbana comunitaria en Madrid: una realidad social emergente”, coincide y señala que “el fantasma de la dependencia agrícola de las ciudades, conjurado en tiempos de bonanza económica, reaparece cíclicamente en los tiempos de crisis”.




Todos al tajo. Los voluntarios transforman los terrenos baldíos en espacios ecológicos, saludables y productivos.

La agricultura urbana germinó en los inicios de la ciudad industrial del siglo XIX, al cumplir funciones de subsistencia, higiene y control social. En países como Gran Bretaña, Alemania o Francia las autoridades locales y las grandes fábricas se vieron obligadas a ofrecer terrenos a los trabajadores para completar sus recursos y mejorar las condiciones de vida en los barrios obreros.

Los Huertos para pobres (poor gardens), surgidos en la ciudad industrial del XIX y principios del XX, cumplían básicamente funciones de subsistencia, salud y estabilidad social, y se concebían como elementos que aliviasen las condiciones de hacinamiento, insalubridad y falta de recursos en los barrios obreros. Comenta el portavoz de RHUCM que la primera asociación de hortelanos surgió en 1864 en Leipzig.

En Gran Bretaña las primeras leyes (Allotments Act, 1887 y 1908) que regulan los huertos obligaron a iglesia y autoridades locales a proporcionar a los obreros terrenos para el cultivo. Sin embargo se establecen distintas medidas para evitar que los huertos se conviertan en una alternativa al trabajo asalariado, controlando el tamaño, el tiempo de dedicación y prohibiendo la venta de la producción, que sólo podrá destinarse al autoconsumo.


Jardines y huertos juntos. Los jardines del Castillo de Villandry (Francia) se mezclan con auténticos huertos.

A raíz de la depresión económica de 1893, el alcalde de Detroit ofrece terrenos vacantes a los desempleados, para que puedan cultivar sus alimentos, estos terrenos fueron conocidos como potato patchs (parcelas de patatas) y la iniciativa fue replicada en otras ciudades. Se recurrió nuevamente a esta medida en la Gran Depresión (1929-1935), periodo en el que se denominaron relief gardens (huertos de emergencia).


Los momentos de mayor auge de la agricultura urbana están ligados a crisis económicas y energéticas, buscando asegurar el autoabastecimiento.

La misma coyuntura de precariedad social sirve de contexto a la aparición de los huertos para pobres en otros países. Así, los Jardines de la victoria, también llamados jardines de la guerra o jardines de alimentos para la defensa, actuaron también como precursores de los actuales huertos urbanos. Eran auténticos huertos de vegetales, frutas y hierbas aromáticas y medicinales plantadas en las residencias privadas o en parques públicos en las ciudades más importantes del Reino Unido, Estados Unidos y Canadá durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Se utilizaban para suministrar de alimentos a las ciudades en los periodos de escased por falta de suministros y como “potenciador moral” que fomentaba el patriotismo entre la población civil. Con el fin de concienciar y educar a los ciudadanos en el cultivo de huertos de guerra se realizan boletines educativos, programas de radio y películas formativas, en los que se explica cómo preparar los terrenos y cultivar, cómo alimentar a cerdos o gallinas con restos de la cocina, o las mejores recetas para aprovechar al máximo los alimentos…

Responder al sistema

A partir de 1960 y 1970, en un momento en el que la crisis de la energía y la recesión económica se dejan sentir, especialmente en los barrios de bajos recursos de las ciudades occidentales, vuelven a resurgir los huertos urbanos, pero la razón no es tanto la necesidad de alimentos, sino la necesidad de responder al sistema. Están impulsados por los movimientos ecologistas que buscan una forma de autogestión, la integración de grupos sociales excluidos y el desarrollo de comunidades. En estos años nace en Nueva York la que se conocería como Green Guerrilla, que ocupaba solares para aprovecharlos como huertos.

Sus primeras acciones fueron el “bombardeo” de solares abandonados con bombas de semillas para llamar la atención sobre estos espacios y embellecerlos. El siguiente paso fue ocupar solares para cultivarlos. El éxito de este movimiento fue tal que el ayuntamiento llegó a crear una Agencia Municipal que gestionaba la cesión de terrenos públicos para jardines y huertos comunitarios. En la actualidad existen 700 jardines comunitarios en los diferentes distritos de Nueva York, y por todo el país numerosos grupos trabajan en una red a escala nacional.

Desde finales de los sesenta el movimiento contracultural desarrolla en Norteamérica prácticas de autogestión innovadoras. Como referencia destaca el People’s park de California, un proyecto comunitario desarrollado en unos terrenos abandonados propiedad de la Universidad de Berkeley.

En la década de los setenta también en Europa arraiga la filosofía ecologista y los principios de la autogestión, y se organizan iniciativas similares. En Gran Bretaña el movimiento de Granjas Urbanas y Jardines Comunitarios (City Farms and Community Gardens) surge en estos años y desarrolla proyectos no sólo de huertos sino también de cría de animales de granja y caballos en entornos urbanos, incorporando una fuerte carga de educación ambiental a través de actividades orientadas a los niños, como talleres o teatro.





En París también. Los huertos comunitarios campean por las parcelas del centro de la ciudad de París.

Se calcula que en el mundo actualmente hay 800 millones de personas involucradas en agricultura urbana de las cuales unos 60 millones son latinoamericanas. En Argentina existen en la actualidad 800 huertos comunales que apoyan directamente a 10.000 familias beneficiando a un total de 40.000 personas. En Caracas hay 4.000 microhuertos. El programa Hambre Cero brasileño apuesta por la agricultura urbana como una de sus estrategias. La ciudad de La Habana produce hasta 300 g de hortalizas diarios por habitante en un 12% de su superficie.

En cuanto a la situación europea, Polonia es el país con más metros cuadrados de agricultura urbana por habitante (25,4 parcelas/1.000 hab.), seguido de Eslovaquia (16,3) y Alemania (12,3). España, a pesar del crecimiento experimentado en los últimos años se encuentra muy lejos de estos valores con 0,3 parcelas/1.000 hab.

En Europa según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (UNEP), cerca del 72 por ciento de todos los hogares urbanos en la Federación de Rusia cultivan alimentos. Berlín, por su lado, tiene más de 80.000 agricultores urbanos. El Club de Horticultura Urbana de San Petersburgo se ha hecho famoso por su promoción de horticultura en los techos. Su investigación muestra que en sólo un distrito (San Petersburgo tiene 12) es posible cultivar 2.000 toneladas de vegetales por temporada en 500 techos. Se cultivan muchos tipos de hortalizas, como rábanos, lechugas, cebollas, pepinos, tomates, col, guisantes, remolachas, alubias y flores. Se fomenta el cultivo de endibia para ensaladas como fuente de vitaminas en el invierno. La horticultura en los techos se ha convertido en algo popular.



España, el campo en la ciudad

En España también surgieron huertos urbanos como respuesta a situaciones de precariedad. Pero fue a partir de mediados de los años 50, cuando se produce una gran migración hacia las ciudades industriales, haciendo que en ciudades como Madrid o Barcelona surgieran pequeñas huertas en la periferia.


Si las cosas no se hacen bien los huertos urbanos se pueden convertir en la trasera de las ciudades, abandonados, degradados y cubiertos de escombros.

Durante estos años, el Instituto Nacional de Colonización (INC) trató de incentivar a los ayuntamientos para poner a disposición de las familias del municipio terrenos donde cultivar y así crear “huertos familiares”, pero no tuvo mucho éxito.

Es a partir de 1990 cuando se comienza desde la administración pública a regular y fomentar el uso de terrenos municipales para la creación de huertos urbanos. En un principio eran solo asociaciones y colectivos quienes aprovechaban estos espacios, pero son cada vez más las familias que van a disfrutar de unos terrenos que les permiten tener un pequeño contacto con la naturaleza.

Actualmente son cada vez más las personas que participan en un huerto urbano o tienen su huerta en casa. Ya no se ven sólo como huertas, sino también como espacios verdes, sostenibles y de ocio. Son una vía de contacto con la naturaleza, al mismo tiempo que aportan beneficios educacionales, sociales, ambientales, terapéuticos y, en algunos casos, económicos. Para su creación y desarrollo no hay que disponer de grandes extensiones de terreno; sólo se necesita un solar que está en desuso, las azoteas de los edificios e incluso los balcones y terrazas de la propia vivienda.

En España, según un estudio dirigido por Gregorio Ballesteros, del Grupo de Estudios y Alternativas GEA21, el número de huertos urbanos supera los 15.000, en más de 300 municipios, con una superficie de más de millón y medio de metros cuadrados, unas 150 hectáreas o el equivalente a 150 campos de fútbol como el Santiago Bernabeu, lo que da una idea del impacto social y medioambiental de esta pujante actividad.

La superficie media de las zonas de huertos es de 4.143 m2, aunque hay una importante variación entre ellas que oscila entre 500 y 40.000 m2. El tamaño medio de la parcela o huerto es de 75 m2, aunque también varía significativamente de una zona a otra, que va desde los 20 hasta los 450 m2.


Fenómeno emergente

De la dimensión que están teniendo en España este modelo agrícola se dio cuenta en el IV Congreso Nacional de Desarrollo Rural: “Campo y ciudad: Un futuro común”, celebrado en febrero de 2014 y organizado por el Colegio Oficial de Ingenieros Agronómos de Aragón, Navarra y País Vasco.

Según Francisco Pellicer, director del Centro Ambiental del Ebro, ha llegado la hora de “dejar de ver el mapa como un puzzle; debemos verlo como un todo continuo, tal y como ocurre con el viento”. Por tanto, no debemos diferenciar ciudad y campo. Los huertos urbanos se pueden convertir en un portal de presentación del campo ante la ciudad. Pero se debe hacer muy bien porque como defiende Carlos Martín, arquitecto, urbanista y paisajista, si las cosas no se hacen bien los huertos se pueden convertir en la trasera de las ciudades (con degradación, escombros,...). Defiende que hay que ir repensando qué hacer con determinadas zonas verdes, y expone que, en un escenario de ciudad aislada del campo, los huertos urbanos pueden constituir un buen portal de presentación de lo que hay fuera de la ciudad.


Los huertos urbanos se pueden convertir en un elemento de unión entre los urbanitas y el ámbito rural.

Tomás Rodrigo, gestor-asesor técnico de la Red de Huertos Sociales Ecológicos Urbanos (HORTALS) de Zaragoza, apunta que los huertos urbanos se pueden convertir en un elemento de unión entre los urbanitas y el ámbito rural. Aunque a primera vista puede parecer una cuestión sólo para personas mayores, ya son muchos los jóvenes que se interesan por este tema. En el caso de Zaragoza, el 40 por ciento de los interesados tienen entre 30 y 40 años de edad.



ETS Ingenieros Agrónomos (Madrid). Desde hace casi tres décadas, la Escuela está coronada por un huerto urbano.

El que fuera gerente de la huerta de Barcelona, base del Parque Agrario del Llobregat, Ramón Terricabras, donde se incluyen los huertos urbanos y los familiares y donde confluyen la explotación familiar con la pedagógica, terapéutica, de recreo y paisajística, reconoce que ya existe un reconocimiento social y también político pero el problema lo encontramos en lo administrativo.


Legales o ilegales


Los principales actores en el proceso de creación de un huerto urbano son la Administración, que puede ser propietaria o no de los terrenos pero es la que establece las normas. La sociedad civil, entidades que pueden iniciar los procesos, suelen ser asociacionesy otros colectivos. Los propietarios de los terrenos que tienen que llegar a acuerdos con los promotores del proyecto y con el ayuntamiento. Los usuarios, que serían los responsables del mantenimiento y las entidades colaboradoras, encargadas de ayudar en la formación, difusión y fomento de la sostenibilidad.

Al implantarse en terreno municipal, la principal dificultad para el desarrollo de los huertos urbanos se halla en su reconocimiento legal. La mayoría de las ciudades y municipios han elaborado sus propias ordenanzas reguladoras o normas de funcionamiento con el objetivo de establecer las condiciones jurídicas y de uso de los mismos. Se aplaude que casi todas las ordenanzas establezcan como condición obligatoria la práctica de la agricultura ecológica y, en muchos casos, incluyen en las mismas las principales normas que regulan la práctica de la misma. Estas ordenanzas establecerán también quiénes pueden ser beneficiarios de la concesión de un huerto, cuáles son los procedimientos y criterios de adjudicación, así como la duración de la misma, que suele oscilar entre los 2 y 5 años, aunque en muchas casos se admite la posibilidad de renovación de dicha adjudicación. También recogen cuáles son los derechos y deberes de los usuarios, así como un régimen sancionador por el incumplimiento de los mismos.

A mediados de los 90 asistimos a la consolidación de estas iniciativas municipales por toda la geografía, para que durante el último lustro veamos emerger una nueva oleada de huertos urbanos vinculados a movimientos estudiantiles, vecinales o ecologistas. Por un lado surgen los huertos universitarios como espacios donde experimentar en la práctica cuestiones agrícolas y acercar los conocimientos de la agroecología al ámbito académico. Y por otro lado han ido proliferando los huertos comunitarios que han pasado de una situación de poca visibilidad de proyectos aislados y en precario a la concreción de redes de huertos comunitarios y al surgimiento de un movimiento que reclama vacíos urbanos para su mantenimiento y gestión ciudadana.

Las corporaciones municipales nunca deberían ver estos espacios como amenaza por lo que su legalización debería ser un mero trámite. El desafío para el futuro sería integrar los proyectos de huertos urbanos dentro de un proceso general de rehabilitación urbana y territorial, ecológica, como un elemento más de los que conforman la complejidad urbana, y no solo como excepciones exóticas o puntuales.



Fuente: http://www.revistaesposible.org/numeros/72-esposible-45/109-huertos-urbanos-la-revolucion-silenciosa#.XKfQvutKjOQ


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