
|Por María Elena Cruz "Triple Sagitariana"|
Una vez llegué a tener 25 pares de zapatos, las correas tenían que ser del mismo color de las carteras y los accesorios combinar con lo que tenía puesto, podía estar un mes sin repetir ropa, para una fiesta tenía que ponerme ropa nueva sí o sí, quería verme bonita “no sentirme”. Mi papá me acostumbró a la ropa fina, a ir a centros comerciales porque a él le molestaba el tumulto de gente y mi mamá no era la excepción, trabajaba demás, se endeudaba, pero me compraba ropa; ella decía “quiero que te tengas lo que yo no tuve”. ¿Qué madre, qué padre no quiere lo mismo?
Ahora lo puedo sentir y aceptar sin problemas, la ropa me permitía sentirme aceptada por parte mis amigos, es que yo vivía en un barrio estrato 1 y estudié en dos colegios estrato 4, de mayor nivel adquisitivo. Viví, en mi adolescencia, en dos mundos muy distintos todo el tiempo. Mis compañeros nunca me exigieron nada o no que yo recuerde, por ejemplo: un día hablando con Mónica, una de mis amigas del cole, le estaba contando que iba a salir con un chico y que quería usar un jean marca X y ella con la humildad que tuvo siempre me dijo: “María, no importa la marca, sino que te sientas cómoda.” En su momento pensé que para ella era muy fácil decirlo pues con algunas de sus prendas podría comprar todo mi armario. Ahora pienso ¡qué sabia Moni! Pero sí siento que, pese a que no le exigimos a otros cómo vestirse, nuestros actos, nuestra forma de hablar, nuestra realidad o de calificar a otros, son indirecta o directamente las reglas que consciente o inconscientemente marcamos para identificarnos con los otros.
Mi problema no era de personalidad, ni de autoestima, todo lo contrario, tenía exceso, pero mi relación extraña con la ropa no era sólo por el colegio, sino que mis papás, sin declararlos culpables obviamente, influyeron mucho, siempre buscaban vestirme, “con lo mejor”, “seremos pobres pero no mal vestidos”; jamás me explicaron con cuánto de su tiempo pagaban mi ropa, ni de adolescente, “todo entra por los ojos” y es que “si tu hij@ usa la misma ropa siempre o la ropa que puedes pagarle no habla muy bien de ti” serás juzgad@ por los demás y si hay algo a lo que creo que le tenemos miedo es “al qué dirán” entonces desde ahí siento que empieza mi relación intergeneracional con la ropa, con el dinero y con lo que los otros piensan de mí.

Luego de mi última expulsión escolar la responsabilidad la asumió 100% mi mamá, lo que hizo que el consumo de ropa empezara a disminuir, al tal punto que para mi grado los compañeros de trabajo de mi mamá literal juntaron monedas para que yo pudiera alquilar un vestido y los zapatos me los prestó mi tía Amparo. Para el grado de la universidad, en lo último que pensé fue en la ropa, lo único importante era yo. ¡Aprendí la lección!
En Argentina tuve la “fortuna dolorosa” de conocer talleres textiles clandestinos, conocí gente que laboraba hasta 14 horas diarias por menos de 10 dólares, muchos eran de otros países, sin documentos, con necesidades, con una familia que sostener y mucho miedo. Los talleres, si es que así se les puede llamar, eran lugares oscuros, con olor a humedad, a polvo, chiquitos, la gente estaba hacinada, descubrí que trabajaban para marcas reconocidas y sin tener mucho conocimiento al respecto, me juré no volver a comprar ropa de esa marca, hacerlo sería ignorar la vida y el dolor de las personas que había conocido, y apoyar su explotación. Fortuna porque aprendí, dolorosa por lo que vi.
Viajando visité, porque es un tema de mi interés, rellenos sanitarios en los que descubrí, con mucho asombro, dónde terminaba todo lo que todos tiramos. Empecé entonces a investigar más, a observar y sobre todo a observar más exhaustivamente mi relación con la ropa (es un tema inmenso en el que se entrelazan temas de poder, social, económico y hasta espiritual).
Y aunque todo el mundo diga cosas como “lo más importante es ser buena persona”, todo el tiempo estamos criticando al otro porque se viste diferente, lo juzgamos, lo criticamos, lo encasillamos en una clase social, política, económica, sexual, hasta definimos que música escucha, y como no queremos ser señalados de la misma manera, salimos a comprar, a vestirnos como el mercado y los otros quieren, porque todo el tiempo o la mayoría estamos buscando pertenecer. Hellinger decía: “No podemos deshacernos de la necesidad de pertenecer, podemos hacer lo que queramos siempre y cuando sigamos siendo parte”; y eso, el mercado, el marketing y la publicidad lo sabe muy bien. ¿Escuchaste alguna vez acerca de los insigths publicitarios?
¿Somos conscientes de la carga emocional que implica tener que trabajar un motón de horas para comprarnos ropa, para otros a quienes no les importamos y que de todos modos nos van a criticar? ¿Sabías que según las investigaciones de Aitex (Instituto Tecnológico Textil) para elaborar un pantalón de algodón se requieren 3.117 litros de agua? Y que están diseñados para que duren 4 meses o menos. Me pasó con un Levis que compré en noviembre del 2017 para experimentar. ¿Te diste cuenta por ejemplo que el 24 de abril de 2013 en Bangladesh, el edificio Rana Plaza se derrumbó por sus pésimas condiciones y murieron más de 1,000 personas que eran explotadas laboralmente por grandes marcas de ropa?
Hace algunos meses me leí el libro "Deseo Consumido", dos amigas periodistas que decidieron vivir un año sin consumir más que lo necesario, y cuenta la investigación que realizaron acerca del hiperconsumo la cultura del descarte y la acumulación. Me inspiraron.

Desde que empecé a emprender, siempre estuve rodeada de emprendedoras sociales enfocadas en la industria textil y tenía, gracias a ellas, algunas cosas claras. Todo se fue conectando hasta que quise empezar a investigar más, a ver documentales, hablar con gente, a observar el comportamiento de los consumidores en centros comerciales, a hablar con jóvenes, con niños, saber qué sienten y qué piensan, ver cómo se fabrica el algodón de manera artesanal y orgánica. Fue una experiencia muy bella en San Pedro, Guatemala, terminaron por convencerme de asumir un nuevo reto y fortalecerme día a día.
Un día hablado con una de las coordinadoras del colegio en el que trabajaba en Puebla, México, Tere Maure, me contó que tenia una biblioteca enorme llena de muchos libros, y al mudarse a un lugar más pequeño decidió conservar sólo la cantidad de libros que representarán su edad, “me regaló una idea”.
Ya con un poco de conocimiento de causa, habiendo conocido talleres clandestinos, charlado con personas explotadas laboralmente en Flores, Floresta y la Ferrer en Buenos Aires, Argentina, de haber visto rellenos sanitarios llenos de ropa, el proceso para convertir el algodón en hilo, aprendiendo acerca del minimalismo, de investigar acerca del impacto ambiental, que general el pre y el post consumo, de charlas, documentales, libros y de todo lo que falta por aprender, me propuse entonces no consumir ropa durante años, elegí 31 (mi edad) prendas de vestir de pies a cabeza y me propuse un Nuevo Reto, para ver qué pasa, qué nuevas inquietudes se me presentan. Las prendas que quedaron eran muy pocas y las regalé por que todas estaban en buen estado.
Llevo casi tres meses observándome, cuestionándome, experimentando de lo bueno, lo malo, lo bonito y lo feo, de vivir sin consumir ropa. Aún queda mucho camino en el que espero seguir aprendiendo a vivir con menos, a hacer lo que me llena de tranquilidad sin dañar a otros ni al medio ambiente.